EL LADO SINIESTRO DE LAS GRANDES MARCAS
Cuando salimos de compras vamos convencidos y dispuestos a realizar una actividad placentera. Jamás
imaginaríamos que tal acción, en apariencia inocua, sea en realidad el
alimentador principal de un sistema codicioso y destructivo:
En nuestro mundo globalizado, las
grandes marcas han sabido crecer y devorarse mercados en un parpadeo.
Atravesando toda diversidad cultural y costumbres han logrado liderar en la
mayoría de los rubros y obtener la preferencia de los
consumidores. Lo peculiar que ha traído consigo este fenómeno es que (en su
afán por maximizar ganancias reduciendo costos al máximo concebible), iniciaron
un proceso de tercerización mundial de todas aquellas tareas que pudiesen
llevarse a cabo de manera más barata por otro agente, en cualquier rincón del
planeta. La estrategia tramposa ha provocado que las grandes corporaciones terminen no produciendo absolutamente nada de lo que venden. De ser antiguos
fabricantes y vendedores, se convirtieron exclusivamente en expertos
vendedores. Todo su esfuerzo se ha enfocado en construir una imagen, un sentido
que atraiga a los consumidores. Su millones de dólares ahora son puestos en
campañas agresivas de publicidad con el firme interés de imponer sus productos
en las mentes de los consumidores que comienzan a valorar el status o el
prestigio de tal o cual marca por sobre la calidad o funcionalidad de los
productos. Con esta estructura de
negocio, saber quién produce es irrelevante, por lo que a mayor reducción de
costos en la cadena productiva, mayores ganancias para el titular de la marca.
El poder termina así en manos de
las grandes corporaciones, que tienen a sus pies el mundo entero peleando por
ofrecer el precio más barato para adjudicarse la producción de sus bienes.
Ellas terminan decidiendo qué producir, cuánto y a qué precio. Si un fabricante
no está en condiciones de cumplir con sus exigencias, no tienen problema de
buscar otro en otra parte del mundo, probablemente a menor precio.
Esa es
justamente la rueda de molino que atrapa a todos los países en desarrollo, que
toman todas las medidas facilitadoras para que estos gigantes vean rentable
contratar fabricantes locales. El desencanto comienza a emerger cuando los
trabajadores intentan exigir mejores salarios, o mejores condiciones de
salubridad, más derechos; en todos esos casos el sistema los termina
castigando, revocando las adjudicaciones y llevándolas a otro país donde no se
afronten esos costos de producción.
Con cada día que pasa se vuelve más difícil
para las fábricas conseguir contratos con alguno de los megavendedores sin
contratar mano de obra infantil, omitir el pago de horas extras, imponer cuotas
abusivas de producción y operar en instalaciones inseguras. (Para ejemplo tenemos a China y la India)
Pero quitarse de encima la producción
real de los productos también permite a las grandes marcas aducir que
desconocen lo que ocurre con las condiciones de trabajo. Pueden encogerse de
hombros y argumentar: “No son nuestras fábricas “. Así se libran de responsabilidades,
denuncias y costos inherentes al manejo real de las fábricas.
¿Qué papel jugamos nosotros?
Nosotros como consumidores lo que
terminamos comprando es sencillamente una marca, con todo el concepto social
impuesto entorno a ella. Los productos pierden toda relevancia, a tal punto de llegar
al absurdo de pagar precios excesivos por aquellos productos que son exactamente iguales (incluso elaborados por el
mismo fabricante) pero etiquetados y comercializados por distintas marcas.
Nuestra irracionalidad nos moviliza, ya sea por distinción, moda, pertenencia,
o toda la carga emocional que nos venden las campañas publicitarias de las
corporaciones.
La tendencia mundial muestra un
avance de las grandes marcas y una monopolización de los mercados. Van ganando batallas
y consolidando su supremacía, mientras que nosotros parecemos ser un engranaje
más movido en sintonía con sus ambiciosos objetivos.
Seducidos y con absurda
ingenuidad seguimos eligiendo sus marcas, sus productos, como si no tuviéramos
elección, como si no tuviéramos consciencia, sólo convencidos por falsas
emociones. Difícil es luchar contra
tanta publicidad que invade cada rincón de nuestras vidas, se filtra y cuela
para atraparnos, para que primero consumamos visualmente, y luego terminemos
cumpliendo su mandato. Pero, ¿Estaremos dormidos por siempre?
Comentarios
Publicar un comentario